Waiting for someday when the ocean and sky
will cover up the land in deep blue
Renaissance is over and I wonder:
– Should I always be the same once again?
Deep Blue (Angra)
Esperando por ese día, cuando océano y cielo cubran la tierra en azul profundo. El renacimiento ha muerto y me pregunto (¿debería?): ¿siempre será lo mismo? ¿siempre será lo mismo, una y otra vez?
Antes de recibir la llamada tenía la misma sensación que ahora, insatisfecho siempre he estado, ansioso de algo indefinido, necesitado de sucesos, quizá anhelando instantes diferentes a esos continuos puentes que se dirigen sin sentido hacia al vacío; queriendo vivir, según la idea de vida que me venga en el preciso momento y en una realidad hecha al molde inmediato de mi multiforme voluntad. Ya compartía el sentimiento de que todo es gratuito, vano, fútil, fatuo, sufría o disfrutaba del mismo desamparo religioso, ausente de creencias prefabricadas, al margen de los mitos ampliamente aceptados; con la muerte mirándome de cerca, motivándome, empujándome a dinamismos de caótica incertidumbre, la hora suprema como un remolino frío cuyo vórtice se va cerrando poco a poco hacia mi cuerpo y el sonido del segundero cual eco electrizante que se difunde por la espina.
Justo cuando iba a tocar la puerta, después de subir aquel pasillo estrecho y oscuro en el que sólo cabía una escalera, sonó el timbre del celular, una tenue representación de Para Elisa, y sentí el teléfono vibrar, frenético e insistente en mi bolsillo, como si tratara de decirme algo importante. Contesté.
– Hola, buenas tardes.
– Buenas tardes, ¿hablo con el señor Marcos Danilo Osorio?
– Sí, por supuesto.
– Le hablo de la cruz roja. ¿Me repite su número de cédula por favor?
– “1, 840, 314, 312”.
– Usted donó sangre en una jornada realizada el octubre pasado, necesitamos que se acerque al hemocentro para analizar su sangre de nuevo porque se presentó un problema con las muestras que nos entregó anteriormente.
– (¿Se presentó un problema?) ¿Que hay de malo en mi sangre?
– No poseo esa información, sólo soy la encargada de organizar las citas. Tenemos distintos horarios, dígame qué días tiene disponibles.
– Lunes, miércoles y jueves.
– ¿Nueve? ¿ Nueve y media? ¿ Diez? ¿Diez y media?…
– Diez y media estaría bien.
– Bueno Marcos Danilo, tienes la cita el próximo miércoles 15 de febrero a las diez y media.
– Bueno, muchas gracias.
– Hasta luego.
– Hasta luego.
Después de esa charla tan prometedora sólo quedaron los tres toques usuales con los que acostumbro abrir las puertas de mis clientes, secos golpes a dos nudillos, la muñeca marcando un ritmo preciso sobre cualquier metal o madera. Abrieron como era de esperarse, me recibió la madre del alumno (alumno en el viejo sentido de la palabra, poco iluminado el muy bruto) con el saludo de costumbre y una sonrisa gastada de cortesía. Se me explicó la situación del taller de recuperación de matemáticas, lo importante para el futuro del infante (un joven de dieciséis, casi seis años menor que yo), la inminencia de su entrega, proceso de preparación para el examen recuperatorio del segundo periodo previamente perdido, razón de las dos horas siguientes. Cada hora de mi tiempo vale 10000 pesos colombianos del año dosmil, míseros, triste imaginarse el valor de cada segundo de mi vida y mi vida entera. Recibí veinte mil por explicar quiénes eran los catetos y los ángulos, quién la hipotenusa; realicé con mucha emoción una de las tantas demostraciones del teorema de Pitágoras, esa en la que se iguala el área total de un cuadrado con el área de un cuadrado más pequeño contenido en él cuando ha sido sumada al área total de los triángulos rectángulos que se forman por la distinta orientación de los vértices de ambos cuadrados; después de eliminar los términos semejantes que se descubren dentro de la ecuación se obtiene la revelación más inesperada: hipotenusa al cuadrado igual a la suma de los cuadrados de los catetos (uno no lo puede creer, es realmente excitante). Pero el troglodita que oía jamás me escuchó, ni siquiera vio el aspecto divertido, ignoró por completo la belleza de una confirmación de los supuestos, la seguridad geométrica con la que todas las leyes se cumplen, jamás comprendió la hermosura de la tautología ni de la certeza de poseer una certeza: “hipotenusa al cuadrado igual a la suma de los cuadrados de los catetos”. Tragó entero el animal, sin distinguir carne de hueso, moviendo la cola feliz porque el taller quedó terminado, el profesor particular se iba y el televisor esperaba.
De vuelta a la calle, paso tras paso, en el trayecto de un lugar a otro, en la expedición hacia al paradero dónde el mismo bus me llevaría a la misma universidad, no sin hacerme esperar, la regularidad de los acontecimientos circundantes me regalaba otras claras evidencias de inanidad. Pensaba, digamos, en la llamada, algún anticuerpo habrían detectado como inusual componente del licor que circula por venas y arterias, un anticuerpo cual presagio de enfermedad, de VIH, hepatitis, lupus, lo que fuera. Lo cierto es que nunca llamarían para nada bueno, buenas, lo llamamos porque su sangre es especial, la mejor de todas, una sola gota rinde para recuperar mil enfermos, reestablece la autoestima e inyecta ganas de vivir, queremos que se acerque para darle el premio a la mejor donación sanguínea del mundo, no, no creo, debe ser que me voy a morir de algo, vaya sorpresa.
En la universidad escuché con atención la clase de gestión de calidad, resumen: viviré en un mundo regido por las necesidades del mercado, dictaminadas por los insaciables capitalistas transnacionales, donde la calidad será la mejor herramienta competitiva, donde la realidad seguirá siendo la misma mierda. Almorcé, caminé, leí, y entrené terminando la tarde. Troté y corrí velozmente, hice los movimientos empleando toda la energía disponible, explotando en cada puño o patada, dejando mi mente al servicio del combate (o kumite, como se dice en japonés). Pronto sería el torneo nacional universitario de Karate, tenía que estar preparado, superar el estado físico actual, aumentar de nivel. Mi cuerpo era lo único que seguía vivo.
Miércoles 15 de febrero. Diez cuarenta y cinco de la mañana. En una pequeña habitación, blanca por muchos lados, me hablaba la psicóloga de la cruz roja con un tono maternal que me enviaba directamente al cementerio, o al infierno postizo del crematorio, o a la algarabía de los carroñeros. Cada palabra me sonaba a gastado eufemismo para desahuciados, a no se preocupe que casi no duele, a pobrecito vas a morir y mereces que sea amable aunque no te conozca y te desprecie un poquito. Cuento parte del diálogo:
– A ver, Marcos Danilo, usted donó sangre en un satélite de la cruz roja.
– Ajá.
– En octubre.
– Sí, ¿qué hay de malo en mi sangre?
– A ver, lo que pasa es que encontramos anticuerpos de VIH en unas muestras de su sangre. Es posible que este infectado.
– Ya veo, ¿qué debo hacer?
– Primero debemos tomarle una nueva muestra de sangre, para estar seguros. En su caso hubo una discrepancia en los resultados, con una muestra la prueba elisa dio positiva y con la otra negativa, así que puede que no tenga el virus como puede que sí.
– Ya veo, claro (clarísimo), ¿y qué debo hacer?
– En ocho días, el próximo miércoles, le daremos el resultado del examen, en caso de estar infectado le explicaremos el tratamiento al que debe someterse. Ahora pasaremos a la sala y le tomaremos la muestra de sangre.
– Pero existe la posibilidad de que no esté infectado. ¿Cómo así que una discrepancia en los resultados?
– Sí, pueden haberse contaminado las muestras en la centrífuga o puede que sea un error porque la máquina que realiza los análisis es muy sensible, detecta cualquier ente extraño dentro de la sangre. Tiene que ser así porque está en riesgo la seguridad del receptor.
A este punto dudaba mucho de la información que la psicóloga me estaba proporcionando, su trabajo tal vez sólo consistía en comunicar las noticias y controlar los arranques del paciente temeroso a la enfermedad y a la muerte, para preguntas científicas quizá no estaba preparada y a lo mejor no le molestaba improvisar.
– Pero, ¿cómo es posible que se contaminen las muestras? ¿Existe la posibilidad de que me haya contagiado durante el proceso de donación?
– No, no existe, eso esta perfectamente controlado. ¿Tiene alguna otra duda?
– ( Para ti no, de ti sí) No, muchas gracias.
Fuimos a la sala, como dijo, y yo pensaba, como siempre, en muchas cosas al tiempo: en que me molestaba el uso continuo de las formas plurales, en que la psicóloga parecía tonta pero era joven y bonita, en que había llevado una vida sorprendentemente inmune a la gripa común, en que los enfermos del tan nombrado y temido virus sucumbían ante la gripa cuando ya no disponían de un sistema inmunológico, en la ironía, en el viejo que estaba en el sillón del frente definiendo la palabra contraste con su piel pálida al lado de la bolsa de sangre que bastante poco le insuflaba vida, en el idiota impresionable de la sala de espera, en …fin. Recordaba la posibilidad de contaminación de las muestras y dudaba de la seriedad de la institución, sobre todo de la seriedad con que me introducían una aguja en el brazo izquierdo, sin preguntarme si era zurdo, para sacarme otra muestra de sangre que podía contaminarse de nuevo o que ya estaba contaminada. ¿En qué resultados confiar? Un círculo de duda.
Y así cuando más tarde me procure
Quien sabe la muerte, angustia de quien vive
Quien sabe la soledad, fin de quien ama
Yo pueda decirme del amor (que tuve)
Que no sea inmortal, puesto que es llama
Pero que sea infinito mientras dure.
Miércoles 15 de febrero. Nueve y treinta de la mañana. En la sala de espera del hemocentro había un viejo televisor desconectado sostenido en una esquina de la pared, enchufé el cable, lo encendí, no tenía señal, se veía en la pantalla la eterna batalla de las hormiguitas negras contra las hormiguitas grises y se escuchaba el sonido característico e inefable. Apagado el bulloso aparato, me fijé en la mesita, aparte de los folletos sobre la hepatitis C, regadas revistas olvidadas me esperaban. Nada parecía interesarme, que raro, pero de todos modos tomé una publicación de algo llamado Coomeva, medicina prepagada, No. 22, septiembre de 1997, basura. Respiré profundo y la abrí, no se me ocurría otra cosa, con mirada vertical ojeé el contenido, especialistas responden, Pág. 6, actualidad, Pág. 10, familia, Pág. 14, niños, Pág. 18, poesía, Pág. 20. Poesía, vea pues, Soneto de la fidelidad, Vinicius de Moraes, con unos versos bellísimos al final: y así cuando más tarde me procure…<<¡Cuando más tarde me procure la página 20!>>, aproveché que no habían testigos visibles y arranqué la hoja, páginas 19 y 20, juntas para siempre, fueron a parar al fondo de mi maletín. Al ver que en la página 34, sección literatura, estaba La parábola del trueque, Juan José Arreola, decidí robarme la revista, para qué arrancar más hojas.
Entró un tipo adulto, un señor como dicen, y se sentó en la fila de sillas frente a mí. Me miró un momento, no dijo nada, se acomodó, fijó la vista en cualquier cosa, presuntamente entregado a la acción de esperar. Llegó otra persona, una señora al menos cincuentona, peliteñida, pierniflaca, acelerada, de titánicas gafas que no pudieron esconder la expresión paranoica de sus ojos. Se sentó al lado de nuestro “señor”, agarrando el bolso como si se le fuera escapar, lo miró, me miró, dijo:
– ¿A usted también lo llamaron por lo de la donación?
– Sí –dije.
– ¿Y para que será?
– Lo más seguro es que estemos enfermos de algo, hepatitis o sida.
– ¡Hay Dios mío! ¿Cómo así?
– Sí, aquí no lo llaman a uno por nada bueno, la otra vez citaron a una amiga y le dijeron que tenía hepatitis C… Mire uno de esos folletos, ahí le dicen si usted puede estar infectada o no.
– ¿Me alcanza uno por favor?
– Claro, tenga.
– Gracias joven.
Entre tanto, el señor había perdido algo de color, pálido reojeaba a la señora que leía el cuadernillo a toda máquina.
– Lo que pasa es que yo soy enfermera jubilada, ¿entiende?, y me puedo haber contagiado de algo, uno no sabe.
– Sí, además en esta ciudad hay mucha gente contagiada de enfermedades letales; según me dijo un amigo que estudia medicina no se puede confiar en las estadísticas, hay que asumir que todas las personas que se conocen están infectadas de algo. El sida ya no es tan exclusivo como antes, ahora es muy popular.
El señor parecía cambiar del tono blancuzco al amarillento, y del amarillento al blancuzco, mirándonos de forma alternativa, visiblemente inquieto, deseoso de participar en la conversación, súbitamente olvidó por completo su entereza en la espera. Fue la vejeta quién le habló primero:
– Usted está un poco amarillo, ¿se siente bien?
– Sí, muy amable, estoy un poco agripado, ¿me permite el folleto un momento?
– ¡Claro!, con mucho gusto.
– Es mejor que lo lea –dije– se ve un poco pálido.
Seguramente no había terminado de leer el primer párrafo cuando lo llamó una enfermera que apareció de repente en la sala. Devolvió el folleto lentamente, sin decidirse a pararse, mientras la enfermera insistía repitiendo al aire un nombre masculino. Se fue tras ella, despacio, como un niño regañado, miró hacia atrás antes de perderse por la blanca puerta de su horror.
– Pobrecito el señor, iba como asustado.
– No debió darle usted el folleto, no había necesidad de meterle miedo.
– Tiene razón, joven, ojalá no tenga nada malo.
– Sí, ojalá.
Diez minutos después, creo, salió el cobarde con la mano en el hombro, apretando fervientemente un algodón atrapado al otro lado del codo.
-¿Qué le dijeron? –preguntó la señora.
– Hepatitis B –respondió el señor.
No paró en ningún momento, se fue de la sala como si algo lo persiguiera.
Más de siete días esperar los resultados, luego recibirlos y asumir finalmente su verdad como sentencia absoluta. Deslizar sobre el áspero tiempo hasta un 22 de febrero quizá fatal, un presumible miércoles fatídico. Acoger la rutina aniquilante, en un plano metafísico, digamos, hasta recibir la noticia de lo que en efecto te aniquila y acaba con todos los planos. Te mueres, sí, te mueres, pero ahora te darán un plazo justo, una macabra garantía, la curva descendente de tu presencia, el tiempo estimado de tu abismo. Bueno, ¿qué se podía hacer?, no por tu angustia la vida sufre radicales cambios; ese día siguió como cualquiera, después de la visita al hemocentro hice otra al restaurante de la universidad, luego reposé (pero no eternamente), hablé con alguien, me ausenté en la lectura de una novela, escribí un poema, volví a comer y a beber algo, entrené, me bañé en ducha pública, tomé un bus, fui al asadero de la esquina de mi casa, pollo, fríjoles, ensalada, agua de panela y arroz, llegué a mi casa, vi televisión. escuché algo de música, oriné, dormí, desperté el jueves, me levanté…
Por si alguien quiere saber, aquí viene el poema que escribí:
Febrero 15/2006
Mortales Inmortales
Tristes mortales que se creen inmortales
corriendo tras sueños rotos
reparados
tras ideales prefabricados
ya gastados
con sus muecas
de cretinos
o dementes
Tienen un corazón que late eternamente
y un refrán que les explica cada hado
tienen principios
tienen fines
tienen tiempo
tienen futuro
y eso es todo lo que tienen
soy de ellos
como la cuerda es del ahorcado
y para ellos
cual la muerte que les viene.
¿Dónde y cómo pude contraer este virus? Tal vez en una peluquería: le están delineando las patillas a alguien promiscuo, retirándole los pelillos del rostro a un tipo aficionado a las putas, cuando de pronto el filo se hunde un poco más de lo debido y ¡zas!: brota sangre de la piel herida, poca, muy poca, dejando una película casi imperceptible sobre el filo erguido que ahora se dirige a la barbilla. No mucho tiempo después llega este servidor y se sienta, pide el corte acostumbrado, a la hora de la cuchilla ésta se hunde de nuevo, falta de control reiterada por la peluquera, debida tal vez a una mala combinación entre edad y exceso de trabajo, de modo que la nueva inocente sangre entra en contacto con la sucia abandonada y la plaga ingresa silenciosamente. O en una donación sanguínea: un homosexual infectado que trabaja en la cruz roja se da cuenta de que ha contraído el virus del sida y planea vengarse del mundo, para comenzar contamina tembloroso varias jeringas con su sangre, las esconde en su bata blanca, reemplaza las jeringas estériles sin que ningún compañero lo note, sin que nadie sospeche. Después se acerca al lugar un joven como yo, o sea yo, <<ya que no hubo entreno ¿por qué no donar por primera vez?>>, y voluntariamente expone su brazo a la rencorosa aguja fulminante. O en un, como se dice, encuentro sexual: ínfima la probabilidad, mi vida sexual, aunque larga y rara, bajos riesgos ha implicado, nunca ha conocido el placer de las penepenetraciones y ni pregunten. Tal vez un fluido vaginal en contacto con una herida en la encía, pero no creo, hasta ahora he ostentado una boca sana. Quizá una felación realizada por una vieja novia apodada “la mascota”, una zorrita adolescente que también tenía amores con un militar, mas no recuerdo que mi pene y /o su boca hayan sangrado en algún momento. Etcétera. Si tampoco se contagia esta enfermedad por disfrutar de la paja rusa, entonces ¿dónde y cómo? Tan salado que ni siquiera fue fornicando, apuesto a que todo es una burla del azar.
Curiosas algunas de las preguntas con las que se encuentran los donantes:
– ¿Ha tenido relaciones sexuales con personas de su mismo sexo?
– No.
– ¿Ha tenido relaciones sexuales anales?
– No.
– ¿ Ha tenido más de una pareja sexual en el último mes?
– No.
– ¿Ha tenido sexo sin protección?
– No.
– ¿Ha tenido usted relaciones sexuales?
-…¡¿Qué clase de pregunta es esa?!
Tuve que contestarlas en dos ocasiones: una en octubre, a un enfermero más bien maricón, de mórbidos énfasis y asquerosa coquetería, y otra en febrero, a la psicóloga agradablemente incompetente (tenía tras los lentes bellos ojos, cabello largo, uno setenta y cinco metros de pusilánime seducción, una cara de castígame que estoy muy buena pero soy una triste y abandonada estúpida). Cuando miss psicóloga hizo la segunda de las mencionadas preguntas, en verdad quise tenerlas con ella, respondí mirándola a los ojos, con una mirada penetrante, rompe culos, para que alcanzara a adivinar mi trasera y sensual esperanza.
Miércoles 22 de febrero. No hubo ninguna espera, después de mostrar lo que piden como identificación entré de nuevo a la sala del imperfecto blanco por todos lados. Miss tenía en las manos un papel doblado, me senté en la silla plástica cuando lo pidió.
– Hola Marcos Danilo, ¿cómo has estado?
– Bien, gracias.
– ¿Cómo te has sentido?
– Igual…
– A ver, aquí tengo los resultados del análisis de la segunda muestra de sangre, la que nos diste hace ocho días.
– Sí, ahí la tiene.
– Mira Marcos Danilo, te tengo que contar que el examen salió positivo de nuevo, pero lo más probable es que sea un falso positivo.
– …
– Mira, esto que dice reactivo quiere decir positivo, si fuera negativo diría no reactivo. Si tienes más del valor que se llama punto de corte, 0.255, estas infectado.
– (El mío dice reactivo y el número es 0.470, entonces estoy infectado) ¿Cómo así que falso positivo?
– Lo que pasa es que la gente que está infectada generalmente tiene valores por encima de uno, comúnmente dos o tres. Tu valor es atípico.
– (Para variar) Porque es pequeño, del mismo orden.
– Heee…sí, pequeño. El único examen que puede dar un resultado seguro es uno que se llama western blot. Este examen tiene un costo de 250000 pesos.
– No tengo ese dinero.
– No se preocupe, nosotros correremos con los gastos.
– (Aquí hay algo raro) ¿Por qué?
– Por nuestro compromiso con el donante voluntario.
– A ya, que bueno.
– Este resultado le pertenece, pero recuerde que no es definitivo, revise que todos sus datos estén en orden.
-…Sí, están bien.
– Bueno Marcos Danilo, pasaremos a la otra sala para que nos entregues la muestra y para que nos hagas el favor de resolver un pequeño cuestionario.
– Supongo que el resultado de este examen me lo dará el próximo miércoles.
– No, no creo porque los resultados del western blot tardan como quince días. Ahora cuadramos la próxima cita. Siga.
– Quince días más (o días menos).
Días, días y días…Decía que después de recibir la llamada tengo la misma sensación. Y no voy a escribir ninguna lista de las cosas que quiero hacer antes de morir, o hablarle a la mujer que siempre me ha gustado (porque no existe tal o porque son muchas), o a abordar la vida con profunda perspectiva, sabio de súbito con todas las respuestas. En suma, no haré ninguna de las actividades que suele la gente cuando se da cuenta que tiene sus días contados. Ni en absoluta calma, ni en infernal angustia, seguiré consumiéndome hasta la hora última, en esta rutina sin cataclismos. ¿Qué importan los resultados? Positivo o negativo, falso o verdadero, vivo o muero, sida o no da, viviré a la zaga del cambio innominado, esperando el momento en que cielo y océano cubran la tierra en azul profundo.
El renacimiento ha muerto y me pregunto: ¿siempre seré el mismo? ¿siempre seré el mismo, una y otra vez?
El Matallana